La última encuesta propia que manejan en el PP de cara a las europeas les da un resultado tan favorable que hasta les asusta contarlo. “Nos preocupa que nuestros votantes se crean que ya está todo hecho y se vayan ese domingo a la playa, o que sirva para movilizar a los socialistas ante el miedo de una derrota apabullante”, confiesa un habitual de Génova 13, que se resiste a cifrar en porcentajes esa amplia distancia que creen que le saca Mayor Oreja a López Aguilar, no vaya a ser que si se dice en voz alta no se cumpla, como los deseos. Hay algo de eso en todas las encuestas, la profecía autocumplida o autodescartada. Conocer el futuro, o simplemente intuirlo, lo modifica.
José María Aznar también es esclavo de la flecha del tiempo, aunque es su pasado el que distorsiona su presente y su futuro. La evidencia más notable de hasta qué punto se las prometen felices Mariano Rajoy y su equipo es que han conseguido, al fin, que les resbale el rencor que ladra por las esquinas el titán acomplejado de las 200 flexiones diarias. Desde que perdió su anillo, su tesoro, Aznar se ha transformado en una caricatura de lo que fue. Sus últimas declaraciones, sus últimas fotos, confirman que su nostalgia obsesiva no sólo no remite sino que se agrava con el tiempo; hasta se le nota en la cara. “Cuando Felipe dejó el poder pasó también un larga temporada así, incapaz de sobreponerse ante una jubilación que consideraba injusta”, asegura un importante dirigente del PP. “Pero a Felipe se le pasó, a Aznar no se le pasa ”. Como los niños pequeños, el señor de la Botella se crece ante el desprecio de Rajoy y berrea aún más fuerte. Irá a más. Aznar es un juguete roto atrapado en el tiempo.
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